Lo que era un gran reto personal, una hazaña lograda por pocos, ha pasado a ser un evento turístico masificado más. En la cima del Everest, aprovechando las excelentes condiciones climáticas, se agolpan las últimas semanas centenares de alpinistas, con el evidente impacto medioambiental que eso supone. Basuras de alimentos y de utensilios de las expediciones se van acumulando en la ruta natural más usada para alcanzar el ocho mil más famoso del Himalaya.
Según las autoridades chinas y nepalíes que gestionan los ascensos, la pasada temporada ya se batió el récord de ascensiones al Everest, el techo del mundo con 8.848 m. Fueron 802 personas las que pisaron esta cima en 2018, demostrando el descontrolado aumento de expediciones que en este año 2019 ya ha generado atascos de casi 300 personas en el techo del planeta. La alarma ha surgido no solo entre las administraciones de los países de la región, también entre las principales instituciones ecologistas mundiales.
La ecuación es sencilla. A más seres humanos, más contaminación generada en uno de los parajes que se pensaban más libres de la acción humana. El Everest y sus rutas de acceso ya son un vertedero. Además, estos atascos de personas deseando alcanzar la cumbre, según los expertos, son los responsables del aumento de las desgracias personales. Los últimos cinco fallecidos lo fueron tras largas horas de espera tanto para subir a la cima como para descender de ella.
La imagen no solo es impactante, debe ser motivo de reflexión sobre nuestro comportamiento para la preservación del planeta.