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Secreto a Voces, el espectáculo total de Anabel Veloso

Anabel Veloso en la Bienal de Sevilla

Un humo espeso invadía el escenario, se escuchaba el silbido del viento y una voz repetía un lamento mientras la proyección de Veloso arrastraba una pesada carga a lo largo de las tablas. Aparecía la bailaora enfundada en un sencillo vestido negro, respaldada por las voces de Juan de Mairena Navarro y Naika Ponce. Los cantaores acompañaron los movimientos de Veloso a capela coreándose el uno al otro. De esta manera daba comienzo un espectáculo lleno de magia y embrujo que incluso podía olerse desde las primeras filas.

Un club de jazz de los años 50 en el que se colaran unos flamencos, esa era la imagen que asemejaba el pianista, Cristian Moret, acompañado por De Mairena y Ponce. El humo, la oscuridad y el instrumento pintaron el retrato. Ese ambiente lúgubre creó la atmósfera idónea para que la cantaora sobresaliera; se encaró al pianista y alzó su voz rota y los brazos al cielo, las manos abiertas, un gesto fuerte, flamenco, un quejío que partía alma. Solo podía acabar con un fuerte aplauso.

Aunque el momento más aplaudido y frenético se dio por alegrías y bulerías. El baile de Veloso tornaba enérgico, con meneos bruscos de cabeza, sin perder la dulzura que la caracteriza en sus movimientos y gestos, que a veces acompañara con sonrisas. Despuntaron entonces el genio y la pasión del cantaor, le hacían retorcerse en la silla, parecía que se arrancaría a bailar.

Roquetas de Mar pudo disfrutar anoche de la pieza inédita del maestro del piano flamenco José Romero, porque se dice fuera demasiado transgresora en aquellos momentos de purismo. A la vez que sonaban las notas del piano se escuchaba la voz de Romero; contaba la pasión por su instrumento.

Una sorpresa fue que el pianista, Cristian Moret, cantara con una voz fina y cálida, el sentimiento de Diego Villegas Gómez a través de la flauta travesera o, las envolventes vibraciones de la guitarra en manos de Javier Patino, sin olvidar la percusión de Carlos Merino. Estos músicos atestiguaron una vez más que con buen gusto en el flamenco todo cabe.

Los juegos visuales, la iluminación, a cargo de Antonio Valiente, las imágenes que se proyectaban… 90 minutos de pulcra precisión en los que cada detalle estaba cuidado de manera que música, baile, luz e imágenes alumbraron un organismo vivo capacitado para conmover.

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