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Una historia de intolerancia (otra más)

'La Familia' gobierna la grada este del estadio Teddy Kollek

Decía Karl Marx que la religión es el opio del pueblo. Hace ya algunos años que la política y el fútbol han ascendido a la misma categoría, y cuando se mezclan dos de esos tres ingredientes, el cóctel resulta más que explosivo. El Beitar Jerusalén se fundó en 1936. Viste de amarillo y negro, como el histórico Peñarol de Montevideo, y la mayor parte de sus seguidores son de origen sefardí. Es la encarnación del nacionalismo hebreo. Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, y otros altos cargos del partido Likud se declaran hinchas del Beitar, el equipo del pueblo.

El multimillonario ruso Arcadi Gaydamak, que tenía asuntos pendientes con la justicia en Francia, compró el Beitar en 2007. No le interesaba el fútbol ni lo más mínimo, su objetivo era otro: lograr apoyos para presentarse a la alcaldía de Jerusalén. En 2008, se celebraron las elecciones y el candidato Gaymadak tan solo obtuvo un 3,6% de los votos. Mientras el mecenas invirtió en fichajes, el equipo consiguió títulos, una liga y dos copas de Israel. Pero el grifo del dinero se cerró, y comenzaron los problemas con la afición.

‘La Familia’ es el nombre del grupo de hinchas radicales del Beitar. Se enorgullecen de que su escuadra nunca ha tenido un jugador árabe en sus filas. La grada este del estadio Teddy Kollek canta con orgullo “somos el equipo más racista del país” en todos los partidos. En 2012, Gaymadak contrató a dos jugadores chechenos, de religión musulmana, no se sabe muy bien con qué intención. Cuestionado por estos fichajes, el propietario respondió: “No sé si son buenos o malos, los firmé para sacar a relucir cómo es la sociedad de aquí”. Una afrenta que ‘La Familia’ no podía tolerar.

[Sumario]

A partir de ahí comenzó el boicot al equipo. Dzhabrail Kadiyev y Zaur Sadayev, dos chicos de tan solo 19 y 23 años, fueron sometidos a una constante lapidación verbal desde el primer momento. “No queremos árabes en nuestro equipo”. Los hinchas radicales acudían a los partidos y a los entrenamientos para insultar a sus propios jugadores, pero no solo a los musulmanes. A Ariel Harush, portero y capitán, jamás le perdonaron su apoyo a los recién llegados; tampoco a Itzik Kornfein , presidente del club y antiguo ídolo de la afición con doce temporadas en el equipo. Sadayeb se preguntaba: “Somos chechenos, no árabes. ¿Es que no se dan cuenta?”.

Un incendio provocado arrasó las oficinas del club. El ambiente enrarecido contribuyó a que los jugadores se descentraran y encadenaran derrotas, una tras otra. La sombra del descenso se agrandaba, y en la última jornada de liga el Beitar necesitaba conseguir al menos un punto en el campo del Bnei Sakhnin, el equipo árabe más importante de Israel. Después de un encuentro muy duro en el que Sadayeb fue expulsado, el 0-0 final permitió lograr la permanencia.

Tras ese último partido, Kadiyev y Sadayev regresaron a Chechenia. Se trasladaron directamente al aeropuerto, casi sin despedirse de los que habían sido sus compañeros. Por fin de vuelta a casa, aliviados. La temporada siguiente Harush dejó el equipo y fichó por el archienemigo Hapoel Tel-Aviv, e Itzik Kornfein fue obligado a abandonar la presidencia. En 2015, Arcadi Gaymadak se entregó a las autoridades francesas, y fue condenado a tres años de cárcel por blanqueo de capitales. Cumplió cuatro meses en prisión y el resto de la pena bajo arresto domiciliario.

Este es el crudo relato de una historia de intolerancia. Una vez más, el fútbol utilizado como vehículo para mostrar la violencia, el racismo, la xenofobia o el fanatismo religioso. La multitud como guarida de los extremistas. Ya son demasiadas veces.

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