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‘Blade Runner 2049’, más grande pero no mejor

Cartel de 'Blade Runner 2049'.

A estas alturas, todo el mundo sabe que Blade Runner es uno de los títulos más míticos e influyentes de la ciencia ficción de los años 80. Basándose en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y a pesar de un rodaje caótico, Ridley Scott creó una obra mítica e incomparable. Regresar a este mundo futurista de replicantes y Blade Runners era una vieja aspiración de Hollywood. Le ha costado nada menos que 35 años, pero finalmente la secuela ha llegado. Y al frente de Blade Runner 2049, que así se titula, se puso a uno de los directores más interesantes del panorama actual, Denis Villeneuve. La expectación, sobra decirlo, era máxima. Y el resultado no colma todo lo que cabía esperar de la película. Es un apabullante espectáculo visual, pero mucho más vacío de lo que puede parecer.

Villeneuve, de hecho, ha parido un filme extraño. Aunque tiene elementos comunes con Blade Runner, no es una continuación natural. Y aunque se pueden apreciar elementos de su cine, no termina de encajar con facilidad en su filmografía. Es todo más grande, más espectacular, más grandilocuente, más ambicioso, pero quizá le falta ese toque de improvisación, de cambio, de caos que había en la película original. Quién lo iba a decir, el frenesí fílmico se impone a la meticulosidad y a la preparación concienzuda. Pero es así. La brillantez formal de Villeneuve, impecable e innegable, palidece frente a los logros de la cinta original, algo que reconoce Blade Runner 2049 cuando, después de un esfuerzo sonoro descomunal para crear un universo coherente, sucumbe al uso de la partitura de 1982 compuesta por Vangelis.

Sería absurdo entrar en el debate sobre la oportunidad de esta secuela, casi más bien un remake que apenas necesita del original para que su historia sea comprendida, porque el deseo de profundizar en un mundo tan salvajemente rompedor es algo extendido. Pero sí es notable que la apuesta solo haya crecido. Crece en medios, y eso permite disfrutar de la imaginería visual ya conocida del director. Crece en tiempo, porque la película, aunque por momentos sea bastante innecesario, se va hasta las dos horas y 45 minutos. Crece en personajes. Pero le falta personalidad, carisma, instantes inolvidables. No hay lágrimas en la lluvia como las hubo en 1982. Los anuncios de neón son hermosos homenajes, pero carecen de sentido histórico. Y la historia no encuentra el formidable trasfondo sobre la vida y la muerte que tenía la memorable lucha de los replicantes liderados por Roy Batty.

Hay elementos fascinantes en este Blade Runner 2049, en el que Ryan Gosling extiende su forma de entender a personajes hieráticos sin aportar muchos cambios, en el que Harrison Ford nos muestra a un Deckard al que resulta difícil reconocer, en el que Robin Wright sigue ampliando registros y en el que Jared Leto reinterpreta bajo otro nombre al personaje de Tyrell sin demasiado respaldo argumental. Y quizá el más fascinante sea el que en principio parecía más accesorio, el personaje de Ana de Armas, que es lo que realmente encaja con más naturalidad en el mundo de Blade Runner. Quizá el proyecto era una losa demasiado grande para cualquiera, y puede que Villeneuve solo haya sido capaz de encontrar en él una cierta liberación visual. Desde luego, es una de esas películas que vale la pena ver por muchos motivos. Pero el resultado, en realidad, no satisface el ansia, la espera ni la leyenda a la que debía honrar.

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