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Las piedras de la inexperiencia

Los actores Baldur Einarsson y Blær Hinriksson, en un fotograma del film.

Desde hace unos años, la cinematografía islandesa ofrece una interesante mirada hacia las relaciones que brotan en la adolescencia como cemento que nos edifica. En ese periodo iniciático se esconden las claves de lo que será nuestra personalidad adulta. Todo lo que nos ocurre entonces tiene ecos en nuestro futuro. En esta línea, la obra fílmica del país nórdico se ha poblado en los últimos años de propuestas como Sparrows (Rúnar Rúnarsson, 2015), Órói (Baldvin Zophoníasson, 2010) o Bokeh (Geoffrey Orthwein y Andrew Sullivan, 2017), en las que el contexto juvenil lo es todo y redefine el ahora, el antes y el después. Un camino recorrido por cineastas como Dagur Kári (Noi, el albino, 2003; The Good Heart, 2009) o Ragnar Bragason (Málmhaus, 2013), retransitado ahora por Guðmundur Arnar Guðmundsson en Heartstone (2016), la última película islandesa estrenada en nuestras salas.

El debut en el largometraje de Guðmundsson ahonda en la psicología de varios jóvenes que sufren cambios. Los protagonistas escapan, descubren, aprenden y se sumergen en un bautismo emocional constante en cada secuencia de Heartstone. Unos se refugian en su círculo de amigos para huir de un hogar desestructurado. Otros se descubren a sí mismos y desnudan sus dudas (las escenas del beso al espejo y el camión). Los márgenes del hogar se convierten en vía de escape para la juventud de una pequeña comunidad a las afueras de Reykjavík.

[Sumario]

En ese entorno rural, el desarrollo lento y pausado que el cineasta otorga a su puesta en escena profundiza mucho más en el torrente interno que en el paisaje exterior. Las emociones son contenidas, como solo puede ser el autodescubrimiento. Las oscuridades (la pantalla, a veces, parece irse al negro) se alternan con pequeños brillos sutiles gracias al notable trabajo fotográfico de Sturla Brandth Grøvlen. Como si en su forma de alimentar el encuadre el director de fotografía y el autor del film intercalasen las pequeñas victorias con las grandes derrotas; los aprendizajes con los golpes que estos suelen acarrear para el principiante.

De corte profundamente intimista, en ocasiones, incluso, demasiado, Heartstone ablanda, poco a poco, las piedras que anuncia su título. Para ello entra en juego el trabajo interpretativo del sexteto principal: un grupo de jóvenes intérpretes que, a fuerza de contención, silencios que gritan y una gestualidad que lo empapa todo, consiguen dotar a la cinta de un temple cautivador. Así las cosas, como la gota que no cesa de caer y termina por abrir canal, los caracteres, a priori imperturbables, terminan por filtrar las sutilezas del amor, el deseo y la incertidumbre de quien todavía no se conoce, pero comienza a comprender dónde estarán sus cicatrices. Unas heridas que no bien salen, ya empiezan a quemar.

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