¿Y ahora qué?

La victoria relativa de la independencia en las urnas no podrá hacerse efectiva si las opciones de gobierno siguen en prisión preventiva.
España
05.01.2018
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Pensando en el tema del periodismo y cómo se desarrolla actualmente, he llegado a la conclusión de que una de las cosas que siempre han faltado en esta ya demasiado hastiada profesión es la comparación de testimonios.

Como buenas ovejas, nos centramos en respaldar nuestras opiniones con todo lo que recolectamos de los medios que son afines a nuestra forma de pensar y eso es exactamente lo que hemos estado haciendo en estos últimos meses con la independencia de Cataluña. La pescadilla que se muerde la cola ha llegado a niveles desorbitados cuando los medios se han decantado por vender lo que la sociedad enardecida por el odio reinante contra Cataluña quería o creía querer oír, del mismo modo que la misma sociedad ha determinado con estos deseos la agenda de todos los medios de comunicación fuera de las fronteras catalanas.

Con un presidente de la Generalitat que ni está ni se le espera, la sociedad catalana ha seguido conduciendo un barco sin capitán y con la mayoría de sus marineros en la cárcel por orden del Supremo, tal y como han estado haciendo desde que Mas se decidiera a declarar sus intenciones independentistas, careciendo de recursos y contando únicamente con el malestar que provocan en el resto del país, un país que, a su vez, responde con todo el respaldo de su gobierno. Con este percal existente, las posibilidades de que se restablezca la unidad después de que la fractura entre españoles sea cada vez más abismal parece ser definitivamente inexistente, todo ello mientras Ciudadanos gana adeptos que no esperaba y el Partido Popular se da el batacazo del siglo.

Después de hablar con creyentes de ambas posturas, la sorpresa que los catalanes independentistas se llevaron con los resultados también fue mayúscula, una victoria que esta vez sí entraba en los parámetros estipulados de la legalidad y que ahora plantea la cuestión de “¿y ahora que?”. Porque a pesar de que las navidades y unos resultados electorales a los que los medios han decidido no dar bombo para seguir alimentando la opinión de la masa, sigue habiendo un 155 “medio aplicado” y un gobierno español que mantiene su letanía de “vamos a dejar que las cosas pasen a ver si se olvidan”, algo que ha quedado patente que no sucede: los sentimientos siguen existiendo y, independentistas o no, sigue habiendo una población reprimida.

Según los partidarios del separatismo con los que he tenido gusto de hablar, no sólo los resultados fueron inesperados, sino que, según su opinión, la subida en el número de adeptos ya no se ha producido sólo por la participación de la mayoría silenciosa (aquellos que creían fervientemente en la independencia pero no se pronunciaban por miedo)sino por todos aquellos que, después de la reacción de todo un país en su contra al grito de “a por ellos” y un presidente detrás que los respaldaba o, mejor dicho, los usaba de escudo, decidieron votar sí y no precisamente al independentismo, sino a una democracia que cada vez ven apagarse más rápidamente. “Vieron como no sólo se negaba el derecho de autodeterminación sino que se les echaron encima desde la opinión pública. Eran insultados por sus propios vecinos sin haberse decantado por una idea o por la otra. Parece que si te mantienes imparcial en Cataluña es sinónimo de ser separatista por defecto”, afirman “sólo vieron que la injusticia estaba reinando y aplicaron el voto de castigo”. De eso desde luego sabemos demasiado en el resto del país, no hay más que ver la subida escandalosa de Podemos gracias a los desertores del PSOE y el arrase inesperado de Ciudadanos por las bajas entre los militantes del PP.

Y ahora, ¿qué va a pasar?, les pregunto. “Puigdemont no ha sabido en ningún momento lo que estaba haciendo, vio que las masas se empezaban a arremolinar en torno a su idea y siguió para adelante, pero todos pensamos lo mismo, que nunca ha tenido un plan claro. Y eso nos ha quitado muchos puntos a la hora de ganar simpatizantes en el resto de España”, me dice uno de ellos mientras se atusa las barbas y recuerda el momento en el que se puso en frente de su colegio electoral para que los Nacionales no pasaran. “Es fácil convencer a los catalanes que ya son independentistas de lo bonito que sería un país llamado Cataluña, pero el Gobierno no desarrolló un plan que se sostuviera frente a los españoles que no lo tenían tan claro. Lo que por ende nos ha llevado a perder también el favor de la opinión pública internacional”.

Todo esto puede suponer una explicación razonable al cúmulo de acontecimientos producidos en los últimos meses. En definitiva, nadie sabía lo que estaba haciendo, a qué o a quién estaba defendiendo, y eso a estas alturas está suponiendo un pago demasiado alto para todos nosotros. Con un President huido con el rabo entre las piernas y un equipo en prisión permanente, las posibilidades de formar un gobierno que pueda llegar a la mayoría absoluta se ve demasiado lejano y, teniendo en cuenta que de lo que menos disponen es de tiempo, yo me pregunto, ¿Y ahora qué?

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