Pudiste ser capitán y te quedaste en marinero

El jugador ha rechazado la oferta de renovación y se marchará al Real Madrid para ser nuevo futbolista blanco.
Alberto Pintado
España
10.07.2017
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Pudiste ser capitán y te quedas en marinero. Un simple marinero que pasará sin pena ni gloria por un lugar único en el mundo. Desde hoy eres uno más que ha vestido las trece barras. No mereces ningún tipo de glorificación porque no nos has demostrado merecerla. Y menos, al decir que eras bético como el que más y que tu casa estaba en la Palmera, haciéndonos creer que siempre darías todo por el club sacrificando lo personal, como hiciste, sí es cierto, en otros momentos de tu carrera. Pero no puedes exigir de mala forma a aquel que te dio todo y ahora le dejas sin (casi) nada.

No voy a negar que has hecho todo lo posible por el Betis cuando has jugado. No te recrimino nada sobre el césped, ni tan siquiera fuera de él, excepto una cosa. Has jugado con nuestro, nuestra bandera; con nuestro sentimiento. Y el Betis es símbolo de grandeza para el Beticismo, algo que pensábamos todos que conocías, pero que nos hemos dado cuenta, inevitablemente, de que no es así. El Betis se lleva, o no se lleva. Puedes llevarlo de nacimiento, inculcado por una figura paternal que así lo quiera; puedes llevarlo de infancia, empezando tu vida en un ambiente escaso de fútbol y acercándote a él por curiosidad, hasta que te atrae, te agarra y no te puedes escapar de él; incluso por empezar a jugar al fútbol en un equipo de barrio y que un hombre te vea y te diga que te ficha para el Betis, dejando que entre en tu alma todo el afecto posible por unas barras verdes y blancas que encierran a tu corazón en sustitución de tu caja torácica. El Betis es corazón, sentimiento y emoción. Y un jugador que desestima formalidades con su “amor futbolístico”, tirando de egoísmo y egocentrismo no merece un trato distintivo de aquel que pasó por aquí vistiendo la camiseta, atándose las botas y saltando al césped, sin más.

Pasaste por la cantera del eterno rival, del Sevilla. Tenías calidad ya por entonces, habiendo salido de Utrera, y te tenían quizá infravalorado por una desgraciada enfermedad que te obligaba a jugar a un ritmo inferior que los demás. Los desalmados te apartaron de su equipo y te quedaste solo. No paraste, tu sueño era jugar al fútbol. Por tu cuenta entrenaste y mejoraste tu resistencia, te fuiste al equipo de tu pueblo, el Utrera, conseguiste evadir tu enfermedad y el Betis llamó a tu puerta. No le importaba tu pasado, ni por colores ni por déficit físico. No le importaba que tan mal lo pasaras tiempo atrás, solo sabía que eras bueno y merecedor de enfundarte la verdiblanca. Así fue. Dos años en categorías inferiores hasta que te hicieron debutar con el primer equipo. “Un sueño”, dijiste. Y desde entonces, y durante tres años, defendiste las trece barras como si te quemaran en la piel, dándolo todo por el Betis y haciendo oídos sordos a lo demás. Cierta parte de la afición te crucificó por tardar en renovar y tus lágrimas cayeron en el césped de un Benito Villamarín que siempre será recordado por verte aquí, es cierto. Pero no puedes morder a la mano que te da de comer para comer tú más y dejar con menos al que te cuida. Eso, querido Dani, es desprecio, y si tan bético eres, deberías hacértelo mirar para recapacitar y defender lo que siempre has defendido, como siempre. Los billetes no dan la felicidad; el Betis, que es tu casa, o al menos lo ha sido, siempre te la ha dado. Adiós, Daniel. Te vas como marinero de este barco que el mejor camarote siempre te quiso dar. El capitán verdadero, embarca el primero y desembarca el postrero.

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