Vivimos

Vivimos en una sociedad donde todos quieren ser diferentes, pero todos son iguales. Donde nadie se siente representado por nadie. Donde sobran ovejas y faltan pastores, diría Nietzsche.
@SosaAsensio
España
20.10.2018
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Vivimos en una sociedad hipócrita. Narcisista. Cínica. O, mejor dicho, vivimos en una sociedad colmada de hipócritas. De narcisistas. De cínicos. Lo confirmo a diario. Me lo corroboran a diario. Me encuentro cada día con personas que anhelan aparentar lo que no son. Ni nunca llegarán a ser. Personas que barzonean en vidas paralelas en las que intentan constituirse en un “yo” idílico e ilusorio con el que cumplir sus más hedonistas utopías y desasirse de aquellos miedos y adversidades que les atormentan y perturban. Personas que consultan cada mañana con Velaske a través del espejito mágico del cuarto de baño para cerciorarse de si realmente son guapas o todo es fruto de su imaginación. Personas obstinadas en ofrecer la mejor de sus sonrisas a aquel que sabe que le dedicaría con todo el cariño posible un vete, vete no quiero verte desafinado por Los Amaya sólo con el mero objetivo de quedar bien con todo lo que zumbe dentro de su campo visual. Personas que colocan a otras en el Olimpo griego junto a Zeus cuando están presentes, sin tener el más mínimo reparo en descenderlas al inframundo de Hades sin previo saludo a Cancerbero en el momento en el que sus adláteres les ríen las gracietas.

Vivimos en una sociedad insípida e inocua. Superficial. Carente de personalidad. Una sociedad que aplaude la vacua indignación del paleto-famosete de turno que cohabita con otros de su misma condición en una mansión de Guadalix, que convierte en icono del pop – o del trap – a un zagal que acaba de colarse en una academia de canto antes de catapultarlo a la cima y arrojarlo al vacío años después con total indiferencia, o que atesora como referentes conductuales a unos títeres parlanchines que se colocan detrás de una pantalla representando la absoluta trivialidad y banalidad del ser humano. Una sociedad que tiene como obra culmen de la literatura universal las peripecias sexuales – ¡descubrieron el sado! –  llevadas a cabo entre un ricachón con alma de donjuán y una pusilánime universitaria, pero que desconoce las figuras de Camus, Dumas o Borges. Una sociedad que viste como vista Dulceida y que canta lo que cante Maluma. Una sociedad que subsiste las tardes de domingo con el sofá y manta que le brinda Netflix, los improperios o la libertad de expresión de Twitter y las truhanerías de varios Torrentes en Tinder. Una sociedad que aboga por lo alternativo y lo políticamente correcto. Una sociedad de ofendiditos y de haters. De feministas de boquilla. De progres que alzan la bandera republicana en las manifas y de fachas con la pulserita españolaza en Las Ventas. Una sociedad donde todos quieren ser diferentes, pero todos son iguales. Donde nadie se siente representado por nadie. Donde sobran ovejas y faltan pastores, diría Nietzsche.

Vivimos en una sociedad donde reina el postureo. El aparentar. El morbo. Donde Instagram es la fuente de la que emanan y canalizan dichas bondades en forma de imágenes. Una especie de Luperca que amamanta de envidia y antipatía a la sociedad. Una sociedad que exhibe su felicidad o su apariencia de felicidad bajo el letrero iluminado de Schweppes en la plaza del Callao, tomando un té verde del Himalaya y ojeando – no leyendo – El Alquimista en el Café más kitsch de Malasaña, transmutando en Jordi Cruz para catar una hamburguesa del Goiko o esperando la resucitación de Sorolla en Zahara para que confeccione un retrato a orillas del mar. Una sociedad que es gobernada – o lo que sea que esté haciendo – por un presidente petimetre que trata de imitar a su congénere canadiense escenificando una parafernalia hitchcockiana en la que traspasa durante un día la presidencia a una niña de nueve años para fomentar el empoderamiento de las jóvenes en todo el mundo. Como no había otra manera de hacerlo, me acordé de una frase que me reveló un amigo hace unos días: “Qué pena no haber nacido veinte años antes”. Me compadezco.

 

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