Parece raro ver llover una semana, pasar calor a la siguiente y, al borde de disfrutar del pescaíto en tu caseta el sábado —qué raro, oiga—, volver a notar unas gotitas cayéndote sobre la nuca. Quién pudiera manejar a su antojo el clima, dándose caprichos por regla general cuando así lo desee, y pudiendo disfrutar de sus anhelos cómo más le guste. Si todo fuera tan fácil… la vida no tendría gracia. Ni la vida, ni el fútbol. Un cambio drástico de tema, desde una introducción muy hispalense hasta el asunto candente que me ocupa en esta jornada. Sin embargo, no se crean que hablaré del balompié con generalidad, sino que, más bien, me quedaré por las buenas tierras de Sevilla para reconoceros que hoy me considero, por h o por b, un veleta. Y a mucha honra.
Porque seré un auténtico caprichoso que no deja trabajar, como diría aquel. Y es que hay que ser consciente de que, al Real Betis, hoy, quinto clasificado de La Liga, le quedan siete partidos por disputar para asegurar el billete a Europa, ese que tanto ambiciona el beticismo desde hace cuatro años. Hay que tener presente, también, que Quique Setién, ese que ha conseguido que los verdiblancos jueguen la pelota con mimo e inteligencia cada semana, lleva menos de un año trabajando por el Templo de Heliópolis. Tampoco podemos olvidar los diversos quehaceres administrativos que han tenido ocupados a los dirigentes del club, habiendo sido muy bien resueltos, lo que ha ocasionado la absoluta liberación de la entidad, así como la potencial atomización de la misma.
No es fácil para nadie sufrir rachas negativas que no hacen sino minar las esperanzas tan correctamente depositadas sobre sus soldados, esos que iban a defender a muerte sus Trece Barras para intentar colocar al Betis en lo más alto posible. Los malos resultados siempre entristecen, y nadie debe ser intocable si el rendimiento colectivo se ve afectado. Setién se encontró entre la espada y la pared cuando, al defender su sistema a ultranza, eran decenas las críticas las que se agolpaban sobre su espalda debido a la tremenda sangría goleadora que su equipo sufría. Fue una época de una cosecha gris, consiguiendo escasos puntos para una lucha que, cada vez, se antojaba más imposible. Sin embargo, y a raíz de la gran incorporación de un central de nivel superior, además de la impresionante media temporada que está cuajando otro de la casa, el jefe verdiblanco decidió dar un giro de 180 grados al estilo del equipo. Supo rectificar y, sin sacrificar su tremebundo éxito ofensivo, logró aportar un gran equilibrio a un equipo que es, hoy, recalco, el quinto mejor equipo de España en competición doméstica.
[Sumario]
Toda opinión debe ser siempre válida y respetado por el colectivo. Sin embargo, si una persona cede y cambia su manera de realizar su trabajo, ofreciendo todos los éxitos posibles a sus veneradores, es lógico que sus antiguos detractores puedan agachar la cabeza, recibir las collejas merecidas y gritar a pecho descubierto que, a él, este Betis, este entrenador y estos jugadores, sí le representan. Y seré un veleta, como ya he dicho, por cambiar de opinión y no negarlo, pero seré un veleta a mucha honra, orgulloso de poder disfrutar de este Betis y de poder decir “yo me equivoqué, pero he rectificado”. Estoy seguro de que no seré el único, y de que, nuestro propio jefe, estará de acuerdo con que los errores, si se subsanan, no tienen por qué ser ocultados, sino que, más bien, deben ser sacados a la luz para demostrar que quien tiene boca, se equivoca, pero que el que sabe y estudia, conseguirá el éxito junto a los que le acompañan, para bien, o para mal. Cambiar de opinión no tiene por qué ser síntoma de mal aficionado. Todo el mundo se equivoca, y, el que rectifica, debe ser venerado por ese motivo, para, como buen samaritano, alentar en comunidad hasta el final.
