El día que escribáis vosotros un reportaje como esto, me llamáis.

Si créeis que este es el trato que tienen que recibir los redactores, suerte con el proyecto
John Hersey
España
24.01.2017
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En las inhóspitas montañas californianas, donde la autopista 111 se cruza con las desgastadas vías del Union Pacific, se erige un altar a Dios de barro, paja y pintura barata. Bajo el horizonte irregular de altiplanos arenosos y pequeños matojos verdeazulados, un estrafalario Leonard Knight construyó la que denominó ‘Salvation Mountain’.

Knight, vencido en febrero de 2014 por los estragos de la diabetes y cansancio de la edad, después de dos años interno en un hospital al este del condado de San Diego, pasó tres décadas construyendo su utopía. Más de 500 galones dispuestos en un gran cuadro multicolor bautizado en 1994 por un especialista como “la pesadilla tóxica”.

Los 500 galones dispuestos en un gran cuadro multicolor fueron bautizados en 1994 por un especialista como “la pesadilla tóxica”

Natural de Vermont, Knight llegó en la zona en 1986, desvío del pueblo casi fantasma de Niland. Cerca de esas roulotte, casas prefabricadas, cercados de metro y medio y porches de madera, aspiró a hacer volar un globo aerostático con un mensaje: “Dios es amor”. No funcionó y cambio de planes: levantaría un templo.

Convertido en un sitio de encuentro de hippies, curiosos y creyentes, el futuro de la Salvation – declarada en el 2000 como zona protegida por la Folk Art Society of America –quedó en entredicho con la defunción de Knight. Los medios locales auguraron que la obra quedaría “reducida a escombros” en pocos años y los otros “directores” – amigos y gente que invirtió en ello- tuvieron que poner todos sus esfuerzos en encontrar a un nuevo ‘discípulo’ para la montaña de Dios.

“Empecé como voluntario en octubre. Me gustaba poder tener un impacto. Cuando la dirección me pidió que me mudara aquí en febrero (de 2016), acepté”, me explica Ron Malinowski, mientras, cubo en mano, coloca mezclas de paja y barro en partes que han quedado despedazadas por el sol y la lluvia. “Sabía que con esto podía ayudar no sólo a la comunidad sino a los que vienen a visitarla y sueñan con ella”, añade.

Ron, nacido en Detroit, vivió casi toda su vida en Michigan, aunque también pasó temporadas en Nuevo Méjico, Las Vegas y Kentucky. Desde hacía un año tenía una caravana en Slab City, otro pueblo cercano, literalmente de ‘losas’ de una base militar abandonada que los allegados utilizaron para aparcar sus mobile homes. “No tenía ni idea de la existencia de este sitio”, reconoce, asegurando que lo descubrió mientras “viajaba y buscaba aventuras”.

El calor, con una máxima incluso de 38 grados en octubre, es el principal obstáculo que tuvo que superar. Ese impactante y seco bofetón cada vez que salía de su pequeña caravana de 12 metros cuadrados. Con apenas lluvias, y con un río Colorado que se entrecruza por la interestatal, sin caudal, sin fuerza, espera desesperadamente que la dirección le envíe galones de agua. Es su principal queja.

Ron se levanta cada mañana al amanecer, bajo la sombra alargada de un gran corazón y el recordatorio de que ‘Dios es amor’, coronado por una cruz blanca que se funde con las nubes y el cielo. En medio luce una inscripción: “Jesús, soy un pecador, por favor entra en mi cuerpo y en mi corazón”. Es la frase repentina que le vino a la cabeza a Knight, a sus 35 años, después de unos días de sermones religiosos de su hermana. “Para huir de ella me fui a mi caravana a sentarme un rato y de repente sonó eso”, explica el fundador en su biografía.

“Trabajo sobre todo por las mañanas, de seis a nueve y media, y en los atardeceres”, me dice Ron mientras el sol ya chispea, apagándose entre los matorrales del horizonte. Su tarea principal “es estructural”, es decir, reparar los desprendimientos, pero lo “divertido” es pintar, así que en su tiempo libre se pone a darle una nueva capa a “las partes bonitas” de la montaña.

Flores, árboles, cascadas, soles y pájaros son algunos de los diseños que conviven con la representación del capítulo 3, versículo 16 del evangelio de san Juan que dice que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Para verlo, los visitantes siguen estrictamente el adoquinado camino amarillo, que parte la obra en su mitad. Cuando acaban, un palo de hierro plantado en el suelo les recuerda que pueden hacer donativos.

Ron estará solo hasta invierno, período de temperatura más relajada y cuando le vendrá a ayudar una segunda persona. Hasta entonces, toca la guitarra, mira Netflix y sale con sus perros y algunos amigos que ha hecho en los alrededores. Cuando le pregunto hasta cuándo aguantará esta vida, no se anda con rodeos: “Hasta que piense que ya basta”.

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