Esconder a cristianos en el sótano: Miedo y heroísmo en una zona de guerra filipina

Los cristianos que han escapado de Marawi hablan de la pesadilla genocida del Estado Islámico y de cómo los musulmanes los protegieron ocultándolos en su sótano.
Laura Méndez Ugarte
España
17.06.2017
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Tres civiles cristianos dijeron que se habían escondido en un sótano durante semanas, mientras que los soldados del Estado Islámico fueron puerta por puerta matando a los que no eran musulmanes en la ciudad de Marawi, en el sur de Filipinas. “Los escuchamos gritando ‘Allahu akbar’ y preguntando a los vecinos sobre su religión”, dijo Ian Torres, de 25 años, pintor de casas que había venido a Marawi a trabajar. “Sólo podíamos escucharlos. Si no respondías a las preguntas sobre los versículos del Corán, los disparos se escuchaban inmediatamente”.

Su relato, así como otros de personas que han huido de la zona de batalla en Marawi, ilustran claramente la actitud calculadora brutal de los terroristas, así como los heroicos esfuerzos de los musulmanes locales, que arriesgaron sus vidas para proteger a los amigos y trabajadores cristianos. Los terroristas, un grupo de insurgentes locales leales al Estado Islámico, comenzaron su asalto a la ciudad el 23 de mayo, anunciando su intención de crear un califato islámico en la única ciudad predominantemente musulmana de Filipinas. Desde entonces, más de 300 personas han muerto, según el ejército.

Un video de propaganda publicado el lunes por el Estado Islámico mostró la ejecución de seis cristianos en Marawi. Sin embargo, no fue posible verificar que la escena fuese grabada allí, por lo que se duda de la misma.

Los tres cristianos que escaparon de Marawi estaban entre un grupo de cinco trabajadores de la ciudad de Iligan, a unos 25 kilómetros al norte, que fueron contratados para restaurar la casa de un comerciante musulmán prominente en Marawi. Pero lo que se suponía era un trabajo rutinario se convirtió en una pesadilla cuando quedaron atrapados en territorio hostil con soldados islamistas que los cazaban.

Uno de los hombres, Nick Andilig, de 26 años, dijo que unos 50 soldados aparecieron de repente en el barrio donde estaban trabajando, gritando “Allahu akbar” y exhibiendo una bandera negra. “Afirmaron formar parte de una misión del ISIS para limpiar la ciudad”. Eso significaba que matarían a todos los no musulmanes de la zona. Los combatientes parecían tener unos 20 años, llevaban sus rostros cubiertos y armas de fuego largas, según Andilig. Algunos llegaron en un coche de la policía, que aparentemente habían robado.

Andilig dijo que quien le contrató ocultó a los trabajadores en su sótano. Cuando los terroristas llegaron a su puerta, los obreros lo escucharon discutir con ellos. “Les dijo que no había cristianos en la casa”, dijo Andilig. Finalmente se trasladaron a la siguiente casa. Entonces fue cuando escucharon los disparos. Andilig dijo que no vio los asesinatos, pero cuando él y su grupo salieron de su escondite, vieron varios cuerpos en el suelo con lo que parecían ser heridas de bala. “Nuestro contratista escapó con personal de la casa”, explica. “Dijo que volvería por nosotros, pero nunca lo hizo. Era un buen musulmán”.

Eso dejó a los cinco trabajadores, cuatro hombres y una mujer embarazada, atrapados en la casa. Durante días subsistieron con los alimentos que el dueño había dejado, en su mayoría productos enlatados y arroz, pero finalmente se acabaron. Comenzaron a salir de la casa en breves incursiones para buscar comida, comiendo las plantas que encontraban. Tenían hambre, y las explosiones en el exterior, aparentemente a causa de las bombas lanzadas por los aviones, se hacían más fuertes, por lo que las bombas se estaban acercando.

“Todos nosotros decidimos escapar”, dijo Andilig. “Pero nuestra compañera, que está embarazada de siete meses, no podía seguirnos. Ella y su marido decidieron quedarse. Dijimos que intentaríamos rescatarlos si lo conseguíamos. También nos dijimos que nuestro destino estaba en manos del Señor”.

Al amanecer, Andilig, Torres y Arman Langilan, de 22 años, huyeron. “Nos dijimos unos a otros, que pase lo que tenga que pasar”, explica Torres. “Si somos alcanzados y morimos, ese es nuestro destino. Pero teníamos que escapar. O, al menos, morir intentándolo”.

Se alternaron corriendo y escondiéndose en espesos arbustos, alcanzando finalmente el río Agos que divide la ciudad y separa el área controlada por los terroristas con la controlada por el ejército filipino. Se dejaron caer por la orilla del río mientras las balas de francotiradores con pañuelos negros pasaban por encima de sus cabezas. Se metieron en el agua, recorriendo las orillas hasta que vieron un claro y salieron al otro lado.

Fueron encontrados por la policía vagando, cansados y hambrientos, entre las ruinas de la ciudad. En un puesto de control del gobierno, contaron su historia a la policía. Todos mostraban signos de haber vivido una tragedia. Langilan se puso a hablar incoherentemente y se estremeció cuando las bombas de un avión militar que pasaba explotaron a lo lejos. Andilig cogió un trozo de pepino, su única comida real en días, y no paraba de decir que necesitaba una ducha. Torres todavía llevaba pantalones y una camisa manchada de pintura, la ropa que llevaba el día en que comenzó todo.

El destino de los dos colegas que dejaron atrás sigue siendo desconocido. Los intentos de contactar por teléfono móvil han sido inútiles. Cristianos y musulmanes han convivido pacíficamente en Marawi, dijo Andilig. “Tengo muchos amigos que son musulmanes”, dijo. “Nunca fue un problema en el pasado”.

Ocultos casi tres semanas

Todavía había evidencia de esa camaradería en otro barrio en Marawi, donde cinco policías musulmanes ocultaron y protegieron a cinco trabajadores cristianos durante casi tres semanas. “Tuvimos la oportunidad de huir porque somos musulmanes”, dijo Lumla Lidasan, uno de los policías. “Pero como oficiales de policía tenemos la obligación de proteger a la gente. Así que elegimos quedarnos porque ejecutarían a los civiles cristianos”.

El policía Lidasan dijo que él y sus colegas estaban armados con rifles largos, lo que les permitió mantener a raya a los terroristas mientras los cristianos se escondían en el sótano. Fuera, dijo, se escuchaban explosiones mientras la ciudad estaba siendo reducida a escombros.

“No son verdaderos musulmanes”, dijo. “Los verdaderos musulmanes no hacen daño a otras personas sin ser provocados, independientemente de la religión”.

Uno de los cristianos, Rodel Aleko, de 24 años, dijo que los bombardeos sacudían su escondite, pero cada vez que miraba por la ventana, veía a los policías patrullando. Un oficial de policía, Ricky Alawi, dijo que había veces que pensaban que iba a ser el final para todos ellos. Dijo que estaban en contacto por radio con el ejército, que les dijo que pronto habría un bombardeo en su zona. Decidieron aprovechar ese día y huir. Era lunes.

“Cuando estábamos huyendo vimos cuerpos tumbados en el suelo”, dijo. “Los terroristas nos disparaban mientras corríamos hacia el edificio siguiente, donde pasamos la noche. Uno de mis colegas y uno de los civiles resultaron heridos”. Cuando hubo un poco más de calma, el grupo comenzó a caminar lentamente hacia el puente de Banggolo, pero fueron detenidos por un terrorista. “Nos dijo que esperáramos porque llamaría a sus compañeros”, dijo Alawi. “Cuando se fue, corrimos tan rápido como pudimos y cruzamos el puente”.

Aleko resultó herido cuando la metralla de una bomba le dio en su pierna izquierda, dijo, y las explosiones fueron tan fuertes que pueden haber dañado permanentemente su oído. Pero sólo podía dar gracias. “Esta es nuestra segunda vida”, explicaba. “Doy gracias a Dios por estos policías”.

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