Homo Saturnus

¿Animales? ¿Semidioses? ¿O sencillamente estúpidos?
Laraesku
España
24.01.2017
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¿Animales? ¿Semidioses? ¿O sencillamente estúpidos? A la arrogancia humana nunca le ha sentado bien eso de verse como un vulgar animal más. Bastaron unos cuantos años de evolución para hendir con suma insolencia la bandera de la dominación. Quizá hayamos sofisticado las prácticas, pero el ansia de superioridad la exhalamos desde que redujimos a los vecinos Neandertales.

Se estima que a lo largo del último milenio nuestra condición cainística ha exterminado 150 millones de vidas; mas suma y sigue, pues, en los últimos 50 años, hemos agregado cerca de 200 conflictos armados al curriculum vitae. Aspiramos al puesto de verdugo senior en la cadena alimenticia. Y no solo por agotar el stock faunístico, vegetal y natural del planeta; nos consumimos a nosotros mismos. Y, amén, nos relamemos.

El denuedo violento y agresivo ante la amenaza es el que destapa nuestro más primitivo instinto. Por mucho que intentemos desprendernos de nuestro archipallium ¿Por qué, si no, tendríamos la mano tan suelta para moler a palos o piedras, empuñar espadas, disparar flechas y fusiles o accionar botones nucleares? ¿Qué libera la pulsión belicista en la resolución de conflictos sociales? Pensándolo bien, debería convenirse un neófito superreino taxonómico que nos escinda de la categoría animal: ellos, a fin de cuentas, son unos bonachones.

Sí, los homo sapiens somos creativos; audaces. Incluso tenemos sentimientos. Nuestro cerebro cuenta con una veloz transmisión sináptica que permite asociar y reaccionar. Esto nos hace humanos. Pero la confluencia del factor conciencia y el factor reflejo es lo que nos apellida despiadados. Letales. Y débiles. Muy débiles. Y fruto de esa blandura ideamos la armoniosa simbología divina, cultural; la unificadora norma social bajo eslóganes a los que nos hemos plegado dócil y gregariamente, y que nos conducen a un pensamiento único. Tan único, que somos capaces de articular infames guerras bajo su pretexto para reordenar un mundo infectado de poder, interés e ineludibles leyes amparadoras.

Que si “The Lord God formed Man”, “La Unión Hace La Fuerza”; que si “Sieg Heil”, “Laissez-Faire”…. Sin más, artificios teóricos elaborados que subyacen a culturas, religiones, ideologías, sistemas políticos o económicos. Supuestos eximidos de culpa de no ser por la perversa lectura e interpretación de la mente humana, que acaba regentando la escenificación más real de las siniestras distopías que plasmamos con terror y repugnancia en tomos, lienzos o frames. Pero ninguna realidad ficcionada resulta tan mezquina como la versión original. Tras millares de víctimas que dejó el intento de glorificación de Sargones, Ramseses, Atilas, Césares, Alejandros, Cruzados, Napoleones y otros tantos, fueron los genocidios de las grandes guerras del siglo XX las que parecieron avistar una pátina de moralidad con engalanadas declaraciones de derechos humanos, cortes penales internacionales y tratados globales. Pues, ni con esas. Aquí seguimos. Y osaría afirmar que estamos peor que nunca. Tanto progreso, para sufrir semejante involución.

Cualquier excusa avala la agresión frente a la condescendencia; si no, la inventamos, con jactancioso aferro al lex talionis. Así, provocamos el caos, alegando la desarmonía en el status quo. Habida cuenta de ello, orquestamos crisis mundiales, exterminamos pueblos enteros, vilipendiamos grupos étnicos, coartamos libertades, sobreexplotamos recursos, esclavizamos, permitimos la hambruna, consentimos la pobreza, invertimos en armas y núcleos plutónicos, exhortamos ideologías intolerantes, aprobamos prácticas fanáticas, cedemos la soberanía a villanos, amparamos el crimen, negamos asilo a nuestros iguales, financiamos el desastre, torpedeamos el flujo migratorio, negamos la diversidad, pactamos desigualdades, aplaudimos la hipocresía, prohibimos credos y pensamientos, establecemos jerarquías sometidas, destruimos, sobornamos, robamos, mentimos, matamos. Nos autodestruimos.

Ni animales. Ni dioses. Ni siquiera estúpidos. Somos, sin más, una humanidad deshumanizada. Soberbios Saturnos devoradores de hijos.

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