AECID. 75 años de una biblioteca excepcional y escasamente conocida (1)

Más de trescientos mil volúmenes, cien mil documentos, muchas cartas personales de grandes escritores, abundantes audios y una decena de directores.
Javier-Julio García Miravete
España
03.02.2017
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Hace algunos meses, la biblioteca de la AECID cumplió 75 años. Americanismo y arabismo -algunos libros únicos, tras ser quemados y destruidos por las guerras y revueltas en sus países de origen- conforman sus valiosos fondos bibliográficos compuestos por más de 700 volúmenes. Tres cuartos de siglo, diversas ubicaciones físicas (hasta su traslado definitivo), varios directores y la unificación entre dos bibliotecas muy diferenciadas: hispánica e islámica, han sido piezas clave para situarla entre las mejores del mundo. Diversos actos culturales y una exposición que recorrió sus diferentes etapas y por primera vez mostró algunos de sus tesoros bibliográficos, sirvieron para celebrar este aniversario. Un evento que fue precedido por una muestra monográfica en torno al diplomático, escritor y periodista nicaragüense Rubén Darío, donde junto a sus obras y seguidores, se mostraron numerosas cartas del autor pertenecientes a los fondos documentales de la institución.

Una institución ésta, tan fascinante, como poco publicitada, y desconocida para el gran público, que dirige la Doctora en Filología Hispánica y bibliotecaria Araceli García Martín. Junto a ella, ejerce como responsable de la Biblioteca Islámica la también filóloga y Facultativa de Bibliotecas en la Administración del Estado Luisa Mora Villarejo.

Antecedentes: Consejo de la Hispanidad, un embrión bibliográfico regido por el sacerdote Andrés María Mateo, relevo de José Ibañéz Cerdá y una gran biblioteca hispánica

Las escasas relaciones diplomáticas, tras la victoria en la Guerra Civil Española del bando rebelde y las ideas imperialistas y coloniales llevaron al gobierno de la dictadura a idear una entidad (asociada al Ministerio de Asuntos Exteriores) que a través del folklore y otras manifestaciones, sirviera a nuestro país como excusa de intercambio cultural y acercamiento hacia América Latina y Filipinas.

El 2 de noviembre de 1940, el régimen franquista creó el “Consejo de la Hispanidad”. Este organismo respondía a una visión imperialista y falangista que otorgaba a nuestro país «una suerte de tutora moral y de orientación religiosa de sus antiguas colonias». En el decreto de fundación se decía: “España nada pide, ni nada reclama; sólo desea devolver a la Hispanidad su conciencia unitaria y estar presente en América (…)”.

Su primer presidente fue el escritor y novelista sevillano Manuel Halcón Villalón-Daoiz. Sus objetivos eran, fomentar y prestigiar la herencia hispánica bajo la forma de Hispanidad en América y Filipinas y combatir la Leyenda Negra antiespañola mediante publicación o reedición de libros, reportajes en prensa, películas, etc…

Para ese menester, a finales de 1940 designó como creador y director de su biblioteca al sacerdote, columnista y facultativo del Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios Andrés María Mateo, quien ejerció su dirección simultaneamente (desde 1942 hasta 1946) a la presidencia del Ateneo de Madrid.

Durante la primera posguerra colaboró como columnista habitual del diario Arriba. Además, escribió los libros “Yo soy el camino: Evangelario anual “(1940), “Colón e Isabel la Católica” (1942) y “Religión y milicia” (1943) siendo coautor de “La esencia de lo español, su olvido y su recuperación” (1945).

El 4 de julio de 1946 (tras la II Guerra Mundial), durante la clausura del XIX Congreso de Pax Romana celebrado en El Escorial, con presencia de numerosos representantes hispanoamericos, el Consejo de la Hispanidad cambió su denominación a “Instituto Cultural Iberoamericano”.

El padre Mateo continuó al frente durante otros tres años, hasta 1949, en que marchó a Latinoamérica, donde conoció a la actriz de doblaje Amalia Ferriz (mexicana), con quien contrajo matrimonio, instalándose en Nueva York, y regresando a España recién instaurada la democracia.

Pocos meses después, esa idea institucional, fue asumida por el estado español, bautizándola como Instituto de Cultura Hispánica, desde cuya matriz -en Madrid- surgieron más de cien filiales en toda América Latina.

Sucedió al exclerigo en su cargo Bibliotecario, el alicantino José Ibañéz Cerdá (Sella), quien se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia, ingresando en 1940 ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos, siendo destinado a la Sección de Cartografía de la Biblioteca Nacional. Más tarde dirigió el Archivo del Consejo de Estado y comisionado por Naciones Unidas pasó un año como consultor de servicios bibliotecarios en Bolivia.

Desde 1949 fue director y organizador de la biblioteca del entonces Instituto de Cultura Hispánica, situada -primero- en la calle Alcalá y después -desde 1951-en la Avenida Reyes Católicos.

Con Cerdá ingresaron colecciones bibliográficas y documentales tan valiosas como la americanista de Graíño o la de Velarde y Nareda (temática filipina). Asimismo, adquirió el legado del erudito cubano Chacón y Calvo y los hijos de Eugenio D’Ors donaron la colección libros de temática hispanoamericana que perteneció al filósofo.

En etapa de escasez presupuestaria y otras prioridades, logró además , presupuesto para adquirir fondos antiguos sobre la historia y lenguas latinoamericanas y filipinas. Aunque su producción literaria fue escasa, en 1963 legó un vólumen estadístico en coautoría con Ignacio Ballester Ros (España es así: hechos y cifras) y contribuyó documentalmente a estudiar la vida de Alonso de Sotomayor y Vozmediano, un capitán de capa y espada.

Nacimiento de la biblioteca Islámica con el jesuita Félix María Pareja, Arturo Cabello Moya responsable de la hispánica y relevo del clérigo catalán por la filóloga Felisa Sastre

Durante el mandato de José Ibañez Cerdá, en 1954, surgió dentro en la institución, una segunda Biblioteca Islámica, regida por el jesuita y sacerdote barcelonés Félix María Pareja i Casañas. A lo largo de su periplo, hasta su jubilación (1983), reportó valiosos volúmenes orientales, muchos destruidos por las guerras e nexistentes en sus países de origen.

Arabista y licenciado en Filosofía y Letras y Derecho antes de entrar en la Compañía de Jesús. Estudió también Magisterio y previo a viajar a la India, sánscrito y lenguas orientales: árabe, persa, gujeratí (lengua indoeuropea) y varios idiomas europeos, como el ruso. Recorrió el mundo impartiendo clases de árabe, persa y latín y entre 1932-1939 de Islamología en la Universidad Gregoriana de Roma. Fue también profesor de Instituciones Islámicas en la Universidad Complutense de Madrid (1958-1966) y colaboró con el Instituto Hispano Árabe de Cultura, donde creando la biblioteca que lleva su nombre. Además, fundó la Asociación Europea de Arabistas e Islamólogos y la Asociación Española de Orientalistas.

[Sumario]

Sus fondos de documentación árabe constituyen una de las bibliotecas más ricas en su género, gracias a su dedicación y conocimiento. Su obra se extiende desde su tesis sobre Kitab al- šatran el libro del ajedrez (1935), a su Islamología (1952-54) traducida al francés, inglés y árabe, y su Society and Politics in the Middle East (1969). También colaboró en la “Enciclopedia del Islam” y en “Religions in the Near East”. Como premio a su trayectoria fue condecorado con la “Encomienda de Alfonso X el Sabio” y la “Gran Cruz de Isabel la Católica”.

Mientras, el sacerdote catalán continuó al frente de la biblioteca islámica dos años más (hasta 1983), en 1981 se jubiló Ibáñez Cerdá, siendo sucedido en la dirección de la biblioteca hispánica por el economista Arturo Cabello Moya, quien -con sus homólogos Santiago Roldán López y Juan Muñoz García- firmaban en el semanario Triunfo columnas de economía con el acrónimo Arturo López Muñoz. En 1967, fue sustituido en esta publicación por José Luis García Delgado.

Estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas (Sección de Políticas), siendo alumno de José Luis San Pedro, Enrique Fuentes Quíntana, Rodrigo Uría (Derecho Mercantíl), Luis Díez del Corral, José Antonio Maravall, etc…

Pese a su condición de intelectual antifranquista, en 1981 (dirigiendo el Instituto de Cultura Hispánica Gregorio Marañón) obtuvo una plaza de Funcionario Técnico, siendo nombrado jefe de la Biblioteca Hispánica por Luis Yañez Barrionuevo. En años siguientes estudió Demografía en París.

Durante esta etapa el regimén de Ceucescu, envió cientos de libros en rumano a estas dependencias, seleccionando novelas de autores Iberoamericanos traducidas al cirílico, y logrando que la Embajada se hiciera cargo de los restantes. También la dictadura de Ki Mil Sung en Corea del Norte, mandó abundantes obras y propaganda política.

Colaboró en el diario “Ya” (donde escribía los domingos firmando con sus iniciales), Cuadernos para el Dialogo, La Economía Española y Cuadernos del Ruedo Ibérico.

Fue profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, en la especialidad de Estudios Iberoamericanos (Economía Iberoamericana) durante 27 años, al tiempo que en la biblioteca hispánica que dirigía, implantó el canje de libros, con muy buenos resultados e ingresó numerosas publicaciones sobre Historia de América.

Aparcando durante unos años su orientación por la Economía de América, se dedicó a conocer y viajar por diversos países del mundo musulmán; ingresando como socio de la Asociación de Amistad Hispanoárabe. “En esa época me vino muy bien, tener al lado la Biblioteca Islámica. En ese tiempo coincidió con Nuria Torres,(pariente de su mujer) quien años más tarde accedería como responsable de la Bibliteca Islámica. En 1989 concluyó su trayecto profesional en esta institución

Con Cabello Moya aún como responsable de la Biblioteca Hispánica, en 1983 la filóloga Felisa Sastre Serrano sustituyó -tras jubilarse- al clérigo Félix María Pareja, quien dio nombre a esta sección bibliotecaria integrada actualmente en la Biblioteca de la AECID.

Licenciada en Filología Semítica por la Universidad Complutense, Técnica del antiguo Instituto Hispanomericano de Cooperación y Jefa de la Sección de Promoción Cultural (1975-1983). En ese año fue designada Directora de la Bibliteca Islámica de la AECID, donde permaneció durante ocho años hasta el año 1990.

Durante su periodo contribuyo al conocimiento y la difusión internacional del importante patrimonio bibliográfico arabista custodiado en esa biblioteca.

No fue muy prolífica en publicaciones, pero su labor como administradora se plasmó en una nueva organización de la misma, la formación de un verdadero equipo de trabajo y la creación de las secciones intercambio, adquisiciones y catalogación. Además, introdujo el préstamo -inexistente hasta entonces ampliándolo al ámbito internacional. En 1991, fue nombrada Consejera Técnica de Cooperación Cultural con el Mundo Árabe.

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